Evoé Sotelo
Puedes encontrarme en Hawaii: apuesta a la belleza de lo intrascendente

Carlos Sánchez

Un Desierto para la Danza, edición 24, sigue su curso. Al final de cada una de las coreografías, desde el proscenio del Teatro de la Ciudad, se conversa con los coreógrafos. Esta charla se da bajo la dirección de la periodista Rosario Manzanos. También los espectadores opinan, cuestionan, analizan y exponen.

Le ha tocado la oportunidad de conversar con Rosario y los espectadores, a Evoé Sotelo, quien junto a Benito González dirigen la compañía de danza Quiatora Monorriel. En esta edición y en noche de lunes, presentaron Puedes encontrarme en Hawaii. Cinco bailarines en el escenario. La propuesta musical minimalista, la danza, ídem.

Compartimos ahora una región de esta conversación. Rosario Manzanos toma la palabra y lanza la primera pregunta para Evoé Sotelo: ¿Qué significa para ti Hawaii?

--Para mí Hawaii es una imagen que me proporciona cierta paz, es un espacio en mi imaginario, muy lejano e inaccesible y donde puedo permanecer eternamente, donde me puedo suspender y fundir en el tiempo entendido como una eternidad.

--¿Has estado en Hawaii?

--No y cuando llegue a estar, si un día estoy, seguramente se me va a derrumbar esta bella imagen que tengo, así que prefiero no ir.
--¿Cuánto tiempo tardaste en crear esta obra?, ¿me puedes platicar del proceso creativo para realizarla?

--El trabajo concreto fue en cerca de seis meses, ya directo con el equipo de sonido y demás, pero soy de la idea de que cada trabajo tiene un proceso anterior a los meses que se cuentan, como a partir de que consolidas el equipo y empiezan las primeras pláticas. Generalmente el trabajo viene del proceso anterior, de la obra anterior que me deja abiertas muchas dudas e inquietudes que no se resuelven en esa pieza, porque la pieza demarca en el proceso sus propios límites, entonces esas cosas que quedan pendientes, como cuestionamientos, como curiosidades en cuanto a la inspiración se resuelven en la siguiente obra.

Creo que a partir de un dueto que trabajé con Jorge Motel y Lisi Mayoral, fue un proceso muy largo con ellos, casi un año, en una pieza que se llama Historia de los sentimientos y los días, que es más bien para espacios de intervención urbana. Esta pieza trabajaba específicamente sobre silencios, ahí surgieron muchas cosas que no se pudieron resolver todas en ese proceso y creo que de manera natural empezaron a abrir las primeras pautas para esta otra. Realmente siempre tiene que ver como con un año atrás o un año y medio de haber estado investigando en el silencio, como un asunto que me interesaba mucho.

--¿Cómo seleccionaste la parte musical? Desde hace tiempo hablabas del minimalismo, no solamente en la música sino también en la expresión corporal. ¿Podrías explicarme la parte corporal y la parte musical?

--Musicalmente yo lo que necesitaba es una especie de mantra, pero irme a un mantra como tal iba a reducir demasiado la interpretación del trabajo y quizá esto iba a desviar un poco este sentido, esta naturaleza de abstracción que me interesaba, hasta cierto punto. Entonces le solicité a Benito (el diseño sonoro es de él)  que trabajara a partir de una idea de este tipo, empezamos a explorar nosotros con este trabajo que es esa sagitalidad, originalmente no tenía esa idea de trabajar sobre la sagitalidad, la profundidad y con rompimientos hacia la horizontalidad, pero en un momento dado, como siempre me pasa, elaboré cosas muy complicadas, como siempre me pasa, los pobres bailarines hicieron unas bitácoras enormes de unos procesos de trabajo compositivos muy complejos espacialmente y de repente dije: ‘no, tiene que ser super sencilla la puesta coreográfica de diseño en el espacio, de atrás hacia adelante, y romper y de repente expandir un poco hacia lo horizontal.

En esto cuando se definió la idea de atrás hacia adelante es cuando me cayó el veinte de que tenía que ser también musicalmente muy sencilla la idea y esto era compartirla con mi sensación de mantra. Investigué y juntos fuimos llegando a esto, pero a la vez yo les decía que a veces los elementos de la vida cotidiana, que no fueran tan pesados sonoramente hablando, que no tuvieran tanta carga, pero que sí pudieran sugerir espacios urbanos o voces humanas, porque para mí a nivel de lenguaje de movimiento, lo decía en una charla hace rato, esta pieza yo la podría definir como una especie de apuesta a la belleza de lo intrascendente, para mí hay una búsqueda en ese sentido, una especie de poética de lo inservible o de lo que finalmente puede ser desechable, porque no quería referirme ni emocionalmente a algo, ni sicológicamente generar un campo que guiara en términos argumentales el trabajo, ni quería ligar la temática, simplemente quería rescatar el movimiento, la capacidad expresiva del movimiento que finalmente en origen no tiene ninguna intencionalidad de ser expresivo y ese es el movimiento de la vida cotidiana, el que hacemos todos los días, el abrir la llave del gas, detener una puerta que se cierra involuntariamente siempre porque esa puerta es así, y vivimos años haciendo ese gesto de detener esa puerta que siempre tenemos que detener, contener, o tantos gestos de la vida cotidiana, cortar un pan, hay infinidad de gestos que hacemos y a los cuales no les prestamos atención; son intrascendentes. Y finalmente esta pieza está fundada en esa belleza de lo intrascendente.